Esta expresión la hemos escuchado
muchas veces y parece ya un tópico, pero es una realidad. La vida es un viaje
en el tiempo y en el espacio; un viaje a nuestro interior, un constante
devenir, un desplazamiento, una transformación. Heráclito ya lo explicaba hace
veinticinco siglos a través de frases que han viajado en el tiempo de
generación en generación. “El sol es nuevo cada día”, decía, y también que no
es posible bañarse dos veces en el mismo río.
El viaje es vida, aventura,
descubrimiento, conocimiento, evolución; es formar parte de esa ecuación en la
que velocidad, espacio y tiempo juegan con nuestras mentes mostrándonos lo
relativo que es todo aquello que percibimos como “trascendente”. El espíritu
viajero y aventurero no es fácil de reprimir; aflora por todos lados, y como no
se puede aniquilar, se manifiesta de formas distintas y dispares.
Viajar y contarlo después parece
algo inseparable. Así lo han hecho todos, o casi todos los viajeros a lo largo
de la historia. Por ello, el viaje y la fotografía se unen como dos miembros de
un mismo cuerpo; no sólo basta llegar a casa contando lo que nos ha parecido
Viena o La Gomera, nos traemos las pruebas que acreditan ese viaje, esas
experiencias vividas, esos momentos en los que la ruptura de la rutina y el
descubrimiento de tantas cosas nos han hecho inmensamente felices.
CLAUDE MONET – “Le gare Saint Lazare (La estación de Saint Lazare)”, 1877 – óleo sobre lienzo, 75-100 cm. - Paris, Musée d'Orsay |
Martin Parr | Italy, Pisa, The Leaning Tower of Pisa, 1990 (from Small World) |
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